3/13/2010

La Agresividad en una Personalidad Obsesiva



Escrito por Ana I. Rico Prieto, psicóloga y psicoterapeuta de Airema Psicoterapia y publicado en el Suplemento Dominical “Reflejos”, del periódico “Tribuna de Salamanca”, el día 19 mayo de 1996.

Ya vimos en las publicaciones anteriores que las personas con rasgos obsesivos tendían a reprimir sus emociones y sentimientos; que aprenden desde muy pronto a autocontrolarse y a dominar sus reacciones espontáneas, por la angustia que les supone el que esa espontaneidad no esté bien vista y tenga consecuencias negativas para ellos. Desde su infancia, han tenido que reprimir ciertas manifestaciones ya que solían ser castigadas física o psicológicamente. Lo más corriente, pues, es que a medida que se hacen adultos, sepan manejar con prudencia sus pasiones, emociones y agresiones; normalmente, entonces, dudarán bastante antes de mostrarse agresivos en una determinada circunstancia.

Sin embargo, estas personas sufren auténticos conflictos cuando son conscientes de sus emociones y no pueden expresarlas; para solucionar esto, recurren a las ideologías y, a veces, al fanatismo. Esto es así porque necesitan buscar descargas legítimas que no sólo les permitan desahogar sus pasiones, sino que además las revistan con un cierto valor, ya sea moral, religioso, etc., y lo que hacen es combatir en los demás lo que se ven obligados a prohibirse a sí mismos; este es el caso de los fanáticos que luchan implacablemente y sin miramiento alguno: no dirigen su agresividad contra sí mismos, sino contra algo o alguien del exterior, pero lo hacen con la conciencia muy tranquila, ya que llegan a estar convencidos de que es totalmente necesario. Esto, a todas luces, es muy peligroso, porque cuando se busca una válvula de escape para la propia agresividad, siempre se encuentran motivos contra los que es lícito luchar, por convicción; y esto mismo les permite realizar incluso agresiones masivas que pueden justificarse por unos determinados fines. No hace falta que señalemos las fatales consecuencias que esto tiene cuando, cada día, y a través de los medios de comunicación, podemos observar un claro ejemplo de ello en las revueltas, disturbios y masacres que originan, llevados por su ideología, los grupos neonazis, palestinos, integristas, etc.

Ahora bien, no todas las personalidades obsesivas encauzan su agresividad en los términos extremistas que comentábamos anteriormente.. Hay una forma bastante más atenuada de agresividad lícita y que se presenta como una corrección exagerada en las costumbres o como un cumplimiento al pie de la letra de las normas y preceptos que rigen las relaciones laborales o sociales. Un ejemplo de esto podemos encontrarlo en ese empleado que cierra la ventanilla donde trabaja con una puntualidad de milésimas de segundo y se niega a atender a esa última persona que quedaba esperando, porque ya está fuera de horario; o el profesor que es puntilloso con la más mínima falta de atención en clase; etc. Todas estas personas canalizan su agresividad mediante un exceso de celo aparentemente legítimo; abusan de su poder y son inabordables e intransigentes para los que, de alguna manera, dependen de ellos.

Además, se observa en estos individuos un verdadero afán de mando. Su agresividad se pone al servicio del poder y, por eso mismo, buscarán el desarrollar una profesión donde puedan ejercer libremente un dominio sobre los demás y que, a la vez, les permita manifestar legalmente su agresividad, ya que ésta se emite en nombre de la ley, del orden, de las buenas costumbres, etc.

No debemos olvidar tampoco otras formas mucho más sutiles de agresividad que utilizan las personas obsesivas para vengarse o para hacer daño a los que les rodean, pero que son realizadas casi de forma inconsciente y por tanto, sin sentimientos de culpa, les permiten exteriorizar emociones reprimidas. Me estoy refiriendo a las murmuraciones, a los chismes, con que lastiman a sus compañeros, criticando a escondidas y poniéndoles, como suele decirse, a parir, según les vuelven la espalda; mientras que de frente les lanzan sonrisas hipócritas, les hacen ver que están de su parte y les dan palmaditas en los hombros. Se suele decir que el que mucho habla, quizá sea porque tiene mucho que callar. Ciertamente ocurre que estas personas tan propensas a murmurar son unas grandes reprimidas, que atacan a quienes se muestran valientes y decididos por el mero hecho de que ellas no se atreven a comportarse así, por más que lo quisieran; o arremeten contra los que destacan frente a ellos, por la envidia que les corroe al no ser capaces de llegar a su altura, ya que, como hemos visto, esas personas obsesivas necesitan el poder y el estar sobre los demás para liberarse adecuada y lícitamente de sus emociones.

El mostrarse indecisos y el hacer esperar a los demás, sin causa que lo justifique es otra manera solapada de agredir a quien sufre esa espera o a quien está pendiente de esa decisión. Esto, de alguna manera, les permite llamar la atención, les permite destacar sobre esas otras personas, con la satisfacción que les da el saberse poderosos ya que, en ese momento, hay alguien que depende de ellos, de sus decisiones o de su presencia.

Pero no quiero terminar estas páginas dedicadas a la personalidad obsesiva sin hacer hincapié en el amplio abanico de sus manifestaciones, donde encontramos, en el punto más positivo, a aquella persona práctica, fiel a sus obligaciones y digna de confianza, hasta, en un ámbito más conflictivo, aquella otra arribista, ambiciosa, testaruda y quisquillosa, tirana y déspota; poniendo el punto final con la que sufre su obsesión bajo una forma declarada de Psicopatología.



Ana I. Rico Prieto.

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