IBIZA | MARTA TORRES —¿Hay muchos niños hiperactivos o las familias y los profesores usan este término con demasiada ligereza?
—Hay diferentes criterios diagnósticos. Al mismo niño hay quien le diagnosticará hiperactividad y hay quien no lo hará. Hay una amplia variabilidad en el diagnóstico.
—Pero habrá un término medio.
—La hiperactividad no es un problema local, sino universal. En Islandia se diagnostica 22 veces más que en Finlandia y 8 más que en Noruega. La diferencia es que los psiquiatras islandeses se forman en Estados Unidos y los otros en sus propios países. En 1998 las autoridades sanitarias estadounidenses convocaron una conferencia de consenso porque creían que se diagnosticaba y se medicaba en exceso.
—¿Dónde está la diferencia de criterio?
—Hay variabilidad porque se usan diferentes criterios diagnósticos. Los países que usan la clasificación americana, llamada DSM4, tienen cifras de incidencia superiores a los países que usan la clasificación europea, el CIE10. También hay dos corrientes. Una dice que todos los niños hiperactivos tienen el mismo trastorno, la misma enfermedad de origen neurológico, y otra defiende que hay múltiples hiperactividades con diferentes causas y que hay que hacer un diagnóstico diferencial y ofrecer diversos tratamientos, no solo el farmacológico.
—¿Se usa demasiado a la ligera el término hiperactivo?
—Los criterios de hiperactividad son un niño que se mueve mucho, que es inquieto, inestable, impulsivo, que a veces se aísla y que le cuesta concentrar su atención. Hay muchos niños que tienen esas características y el problema es que no tenemos un marcador biológico que nos lo certifique. Un niño es hiperactivo cuando quien le ve juzga que se mueve demasiado. No hay criterios diagnósticos objetivos uniformes a pesar de que se están promocionando como tales los cuestionarios, que consisten en juzgar de 1 a 5 cómo de inquieto es el niño.
—Pero las respuestas dependerán del día que tenga quien deba contestar al cuestionario.
—Efectivamente. Hay estudios que afirman que diferentes profesionales o personas de una misma familia pueden ofrecer valoraciones diferentes sobre el mismo niño y con el mismo cuestionario. Algunos de los que han creado esos cuestionarios, como Conners, que elaboró uno de los más utilizados, dicen que es orientativo, que no es un método diagnóstico.
—O sea, que las familias no tienen que tomarse muy en serio el diagnóstico.
—Las familias tienen que saber que diferentes profesionales tienen diferentes criterios. Hemos publicado un estudio en el País Vasco que nos ha asombrado. De cada cinco niños que llegan a los centros de salud mental diagnosticados de hiperactividad, y hasta tratados con medicamentos, confirmamos solo uno.
—¿Es mejor quedarse corto en los diagnósticos que correr el riesgo de diagnosticar a un niño que solo es muy movido?
—Hay profesionales que dicen que hay muchos más de los que se diagnostican y otros que decimos que se diagnostican más de los que hay.
—¿Pero qué debe preocupar a las familias?
—Un niño hiperactivo genera impaciencia e irritabilidad en la familia y en los docentes. Esa reacción, que es inevitable, en vez de calmar al niño lo realimenta. Si no se está quieto y le dices ´Que te estés quieto´ ´¿Cuántas veces te he dicho que estés quieto?´ no genera tranquilidad sino más excitación. El mismo niño puede parecer más o menos hiperactivo en función del familiar, del docente o incluso del momento en que se encuentren. No todos van a tener la misma vara de medir. Lo que prima es el ´ya no podemos más con este niño´.
—¿Qué soluciones hay?
—La que se está universalizando es la farmacológica: administrar psicoestimulantes.
—¿A las familias les da miedo?
—Parece que no. Creo que en algunas asociaciones de familiares la posición es claramente de animar al consumo de psicoestimulantes. Otros padres, más prudentes, tienen más precaución a la hora de aceptar que se medique a sus hijos. Pero no quiero decir más.
—¿Quiere decir que hay asociaciones demasiado a favor de los medicamentos?
—Sí y que constantemente convocan a expertos que tienen un conflicto de intereses y que son demasiado favorables a la alegre distribución de psicoestimulantes.
—¿Medicar a un niño tiene vuelta atrás?
—No soy muy optimista. Si pensamos que habría que reducir el empleo de psicoestimulantes en niños y adolescentes, creo que es algo que no va a pasar porque estamos en una sociedad fascinada por la química. De la misma manera que hay tendencia a consumir tranquilizantes o antidepresivos es fácil que se acostumbre a tomar psicoestimulantes. Es una paradoja recetárselos por las mañanas y prevenirles sobre los riesgos de tomarlos por la noche en una discoteca. Es una contradicción.
—¿Las familias quieren resultados inmediatos?
—Sí, por eso tienen éxito estos fármacos. Porque en algunos casos tienen un efecto rápido y espectacular. Los problemas vienen después.
—¿Qué problemas?
—Los que pone el prospecto. Que crean hábito y dependencia. Pasado el tiempo, si el niño no lo toma se siente peor.
—¿Hay una alternativa a los fármacos?
—Los fármacos están bien para algunos casos. Son un remedio más, pero cuando se lleva tiempo tomándolos y no vemos una mejora o el niño los necesita indispensablemente, habría que replantearse su consumo. Hay ayudas psicológicas y psicopedagógicas y es muy importante la ayuda familiar y escolar. Las familias no deben delegar la solución del problema en una prescripción farmacológica.
—¿Cómo puede ayudar la familia?
—Con paciencia, tiempo y dedicación.
—¿Y qué no debe hacer?
—Pues todo lo contrario: la impaciencia, la falta de tiempo y la falta de dedicación. Esto no suele ser por desinterés sino por el ritmo de vida que marca la sociedad.
—¿El aumento de casos está relacionado con el estilo de vida?
—Las condiciones de vida actual tienen que ver porque no dejan tiempo ni espacio ni flexibilidad para que se desarrollen los niños distintos que tienen ritmos y necesidades distintas. Llevo muchos años visitando aulas. Hasta hace poco, un aula de 3 a 5 años era un sitio tranquilo, silencioso. Hoy es un lugar ruidoso, con mucho movimiento y donde faltan la calma y el silencio. Esas condiciones son las más desfavorables para un niño que tiene dificultades para concentrarse.
—En el caso del autismo, ¿hay los mismos problemas de diagnóstico?
—No, es un diagnóstico fiable, más claro. No tenemos ninguna duda de que todos los profesionales diagnosticarían de trastorno autista al mismo niño.
—¿Son más claros los síntomas?
—Sí, los padres, sobre todo si tienen otros hijos, se dan cuenta muy rápido de que el desarrollo de ese niño es diferente. Entre el 80 y el 90% de autistas son el primer hijo. Los padres no tienen patrón de comparación pero cuando empiezan a frecuentar la guardería o el parque se dan cuenta de que es distinto.
—¿Qué hace saltar la alarma?
—Son niños que no dan muestras de afecto, no reaccionan a los estímulos a los que un bebé reacciona, a la sonrisa, los juegos o las cosquillas. Hay un conjunto de síntomas muy conocidos que permiten el diagnóstico precoz.
—¿El autismo se cura o se mejora?
—Si se diagnostica precozmente y se trata con continuidad y dedicación puede mejorar muchísimo.
—¿Cuál es el futuro de adultos de los niños autistas o con hiperactividad?
—Es muy variable. Hay niños hiperactivos y autistas que seguirán siéndolo en su vida adulta. Pero hay otros que no. Niños autistas que presentan problemas en los tres primeros años de vida pueden dejar de ser autistas. Pero hay que diagnosticar y tratar antes de los tres años y apoyar y asesorar a las familias, que son fundamentales en el tratamiento temprano.
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