José Ignacio Gracia Noriega
El Naranjo de Bulnes es el monte más característico de los Picos de Europa, el más conocido, el más reproducido fotográficamente; y su fama viene no sólo de la senda de sangre que asciende hasta su cumbre. Desde que Luis Martínez, «el Cuco», murió en su pared el 2 de septiembre de 1928, muchos montañeros perdieron la vida al intentar escalarlo. Pero es que esa pared lisa, como de torreón inexpugnable, es tentadora, y vencerla es una auténtica conquista. Vencer al Naranjo en invierno es la aspiración de todos los montañeros, salvo del Conde de Saint-Saud, quien, en sus meticulosos y detenidos recorridos por los Picos, apenas se fijó en el Naranjo. Una de las últimas rutas abiertas sobre él lleva el poético nombre de «Sueño de invierno»: sueño que, en esta ocasión, tuvo feliz despertar. Sin embargo, los veteranos del Naranjo dicen que el Pico cada vez se parece más a una ferretería, por la cantidad de clavijas y fierro que dejan en sus paredes los montañeros.
El Naranjo no es tan alto como Torrecerredo ni una mole tan grandiosa como Peña Santa: sin embargo, supera cumplidamente en fama y en leyenda a estos dos montes. En primer lugar, es inconfundible. En la traducción de Benjamín Jarnés de «El Cantar de Roldán», leemos, a propósito del emperador Carlomagno: «A quien le busque, no es preciso mostrarlo». Lo mismo sucede con el Naranjo, que no hace falta que lo muestren, porque no es posible que se le confunda con ningún otro monte. Ningún otro monte, además, se pone delante de él: por eso está entre los montes, solitario, majestuoso, como si fuera el único monarca de los tres macizos.
Además, se ve desde casi todas partes: desde Pimiango; desde el Pozo de la Oración, en Póo de Cabrales; desde Camarmeña, donde le han levantado un monumento; desde el pueblo de Los Callejos; desde la sierra plana de Los Carriles; desde la carretera general, una vez pasado Naves, en dirección a Oviedo; desde la zona costera de la parroquia de Pría, en Villanueva; desde Orio y Picones, en Nueva. Desde todos estos lugares se ve, bien oscuro, bien cubierto de nieve, bien con sombrero de nubes, bien anaranjado; y es tan peculiar, y tiene una personalidad tal, que aún cubierta por una gasa de niebla, su silueta se recorta al otro lado y se la reconoce.
El nombre de Naranjo, que es el más popularizado, y por el que se le conoce fuera de Asturias, dicen que procede de las anotaciones de Schultz, que lo señaló así en su mapa topográfico de Asturias a causa de los reflejos anaranjados que recibía su mole caliza con los rayos del sol del crepúsculo. Yo he visto el Naranjo desde Asiego, el pintoresco pueblo cabraliego que desde el Cuera observa los Picos de Europa, y, efectivamente, a la caída de la tarde presentaba tonalidades rosadas. Los tradicionalistas, de todos modos, prefieren la denominación de Pico Urriellu.
Y lo de Bulnes, ya es otro cantar. La aldea de Bulnes no queda cerca del Naranjo, si no es [69] relativamente. Sin embargo, es el último lugar poblado que se encuentra antes de llegar al Naranjo por esta ruta: entre Bulnes y el Naranjo tan sólo hay un desierto de piedra, la tremenda canal de Camburero.
A Bulnes se llega por Poncebos, un lugar de hostelería próspera, pues lo componen una central hidroeléctrica y varios bares. Sin embargo, este lugar hundido en la montaña, es la llave de los Picos de Europa. De él parte la senda que va a Camarmeña, en él termina el camino colgado sobre la roca que sigue la garganta del río Cares desde Caín, en el límite con la provincia de León. Antes la ruta del Cares era más larga, ahora la carretera entre Posada de Valdeón y Caín la ha acortado. Por esta senda, en la que desemboca la Canal de Trea, se puede entrar en el macizo occidental y en los montes de Covadonga; por el camino que tenemos a la izquierda se sube a Sotres, y de allí a Tresviso y al macizo oriental. Y por el camino del medio, después de cruzar el puente La Jaya, sobre el río Cares, se llega a Bulnes, en el corazón del macizo central de los Picos de Europa, recostado en la mole imponente de Peña Main. Abajo corre el río Bulnes, sobre el que se aúpa la senda. Hay que subir y hay que bajar. Al fondo se ve Camarmeña, incrustada en la montaña; y en un punto determinado, Camarmena queda debajo de la vista de quien asciende a Bulnes. Al fin se ve un caserío en un alto, al otro lado del río: es Bulnes de Arriba, y se comunica con Bulnes propiamente dicho, o la Villa, por medio de un puente. Más arriba está Amuesa. La Federación Española de Montañismo colocó en una roca una placa que declara que Bulnes es pueblo amigo de los montañeros.
A Bulnes le protege del Norte Peña Main, peña a la que Lueje califica de «ampulosa». Y escribe Lueje [70] en otro lugar de su libro «Los Picos de Europa»: «Vueltos a la vera del Cares, a remontar hasta el cruce del Puente La Jaya, y acometer por una desventida senda que se empina por volugas y escabrosidades de la Canal del Tejo, y de los precipicios de las Salidas, se gana a Bulnes, repartido en dos barrios, de la Villa (650 m.) y del Pueblo (730 m.). Es el último y bien remoto y denonado poblado cabraliego, alzado por la región de los Picos, que vive en apartamiento del mundo, porque es entraña misma de la piedra y la Montaña».
Sin embargo, los de Bulnes no quieren tanto apartamiento, sino que quieren carretera. Con las nevadas, el poblado queda incomunicado, y ya en el otoño, deja de recibir los rayos del sol, que no vuelven a alcanzar el poblado hasta el día 27 de enero.
Si se sale de Bulnes hacia el Sur, hacia el desierto de piedra, pronto se ve el Naranjo. El poeta Celso Amieva lo cantó en sus «Poemas de Llanes» con acentos épicos, y no es para menos:
Salve, urriel de urrieles, puntal de los cielos de mi tierra;
testigo de las gestas astures, épico mojón;
atalaya norteña sobre Castilla y el Cantábrico;
índice de mi pueblo en infinita aspiración.
Monolítico rey de los Picos llamados de Europa:
puede Europa abrevarse de tu milenaria canción,
¡oh español monumento!, de la gloria del Monte Vindio,
del sol de Covadonga, de la luna del lago Enol.
Arbol todo nobleza, padrino Urriello de Cabrales,
Naranjo de Bulnes cuando en el mar se baña el sol:
¡dame morir un día con tu reflejo por sudario
para dormir envuelto de mi Asturias en el pendón!
El Naranjo de Bulnes es el monte más característico de los Picos de Europa, el más conocido, el más reproducido fotográficamente; y su fama viene no sólo de la senda de sangre que asciende hasta su cumbre. Desde que Luis Martínez, «el Cuco», murió en su pared el 2 de septiembre de 1928, muchos montañeros perdieron la vida al intentar escalarlo. Pero es que esa pared lisa, como de torreón inexpugnable, es tentadora, y vencerla es una auténtica conquista. Vencer al Naranjo en invierno es la aspiración de todos los montañeros, salvo del Conde de Saint-Saud, quien, en sus meticulosos y detenidos recorridos por los Picos, apenas se fijó en el Naranjo. Una de las últimas rutas abiertas sobre él lleva el poético nombre de «Sueño de invierno»: sueño que, en esta ocasión, tuvo feliz despertar. Sin embargo, los veteranos del Naranjo dicen que el Pico cada vez se parece más a una ferretería, por la cantidad de clavijas y fierro que dejan en sus paredes los montañeros.
El Naranjo no es tan alto como Torrecerredo ni una mole tan grandiosa como Peña Santa: sin embargo, supera cumplidamente en fama y en leyenda a estos dos montes. En primer lugar, es inconfundible. En la traducción de Benjamín Jarnés de «El Cantar de Roldán», leemos, a propósito del emperador Carlomagno: «A quien le busque, no es preciso mostrarlo». Lo mismo sucede con el Naranjo, que no hace falta que lo muestren, porque no es posible que se le confunda con ningún otro monte. Ningún otro monte, además, se pone delante de él: por eso está entre los montes, solitario, majestuoso, como si fuera el único monarca de los tres macizos.
Además, se ve desde casi todas partes: desde Pimiango; desde el Pozo de la Oración, en Póo de Cabrales; desde Camarmeña, donde le han levantado un monumento; desde el pueblo de Los Callejos; desde la sierra plana de Los Carriles; desde la carretera general, una vez pasado Naves, en dirección a Oviedo; desde la zona costera de la parroquia de Pría, en Villanueva; desde Orio y Picones, en Nueva. Desde todos estos lugares se ve, bien oscuro, bien cubierto de nieve, bien con sombrero de nubes, bien anaranjado; y es tan peculiar, y tiene una personalidad tal, que aún cubierta por una gasa de niebla, su silueta se recorta al otro lado y se la reconoce.
El nombre de Naranjo, que es el más popularizado, y por el que se le conoce fuera de Asturias, dicen que procede de las anotaciones de Schultz, que lo señaló así en su mapa topográfico de Asturias a causa de los reflejos anaranjados que recibía su mole caliza con los rayos del sol del crepúsculo. Yo he visto el Naranjo desde Asiego, el pintoresco pueblo cabraliego que desde el Cuera observa los Picos de Europa, y, efectivamente, a la caída de la tarde presentaba tonalidades rosadas. Los tradicionalistas, de todos modos, prefieren la denominación de Pico Urriellu.
Y lo de Bulnes, ya es otro cantar. La aldea de Bulnes no queda cerca del Naranjo, si no es [69] relativamente. Sin embargo, es el último lugar poblado que se encuentra antes de llegar al Naranjo por esta ruta: entre Bulnes y el Naranjo tan sólo hay un desierto de piedra, la tremenda canal de Camburero.
A Bulnes se llega por Poncebos, un lugar de hostelería próspera, pues lo componen una central hidroeléctrica y varios bares. Sin embargo, este lugar hundido en la montaña, es la llave de los Picos de Europa. De él parte la senda que va a Camarmeña, en él termina el camino colgado sobre la roca que sigue la garganta del río Cares desde Caín, en el límite con la provincia de León. Antes la ruta del Cares era más larga, ahora la carretera entre Posada de Valdeón y Caín la ha acortado. Por esta senda, en la que desemboca la Canal de Trea, se puede entrar en el macizo occidental y en los montes de Covadonga; por el camino que tenemos a la izquierda se sube a Sotres, y de allí a Tresviso y al macizo oriental. Y por el camino del medio, después de cruzar el puente La Jaya, sobre el río Cares, se llega a Bulnes, en el corazón del macizo central de los Picos de Europa, recostado en la mole imponente de Peña Main. Abajo corre el río Bulnes, sobre el que se aúpa la senda. Hay que subir y hay que bajar. Al fondo se ve Camarmeña, incrustada en la montaña; y en un punto determinado, Camarmena queda debajo de la vista de quien asciende a Bulnes. Al fin se ve un caserío en un alto, al otro lado del río: es Bulnes de Arriba, y se comunica con Bulnes propiamente dicho, o la Villa, por medio de un puente. Más arriba está Amuesa. La Federación Española de Montañismo colocó en una roca una placa que declara que Bulnes es pueblo amigo de los montañeros.
A Bulnes le protege del Norte Peña Main, peña a la que Lueje califica de «ampulosa». Y escribe Lueje [70] en otro lugar de su libro «Los Picos de Europa»: «Vueltos a la vera del Cares, a remontar hasta el cruce del Puente La Jaya, y acometer por una desventida senda que se empina por volugas y escabrosidades de la Canal del Tejo, y de los precipicios de las Salidas, se gana a Bulnes, repartido en dos barrios, de la Villa (650 m.) y del Pueblo (730 m.). Es el último y bien remoto y denonado poblado cabraliego, alzado por la región de los Picos, que vive en apartamiento del mundo, porque es entraña misma de la piedra y la Montaña».
Sin embargo, los de Bulnes no quieren tanto apartamiento, sino que quieren carretera. Con las nevadas, el poblado queda incomunicado, y ya en el otoño, deja de recibir los rayos del sol, que no vuelven a alcanzar el poblado hasta el día 27 de enero.
Si se sale de Bulnes hacia el Sur, hacia el desierto de piedra, pronto se ve el Naranjo. El poeta Celso Amieva lo cantó en sus «Poemas de Llanes» con acentos épicos, y no es para menos:
Salve, urriel de urrieles, puntal de los cielos de mi tierra;
testigo de las gestas astures, épico mojón;
atalaya norteña sobre Castilla y el Cantábrico;
índice de mi pueblo en infinita aspiración.
Monolítico rey de los Picos llamados de Europa:
puede Europa abrevarse de tu milenaria canción,
¡oh español monumento!, de la gloria del Monte Vindio,
del sol de Covadonga, de la luna del lago Enol.
Arbol todo nobleza, padrino Urriello de Cabrales,
Naranjo de Bulnes cuando en el mar se baña el sol:
¡dame morir un día con tu reflejo por sudario
para dormir envuelto de mi Asturias en el pendón!
La conquista del Naranjo tuvo algo de hecho legendario. ¿Subir al Naranjo de Bulnes? –escribe don Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias, su conquistador– ¡Qué hazaña de alpinista más grande!». Pero a don Pedro le atormentaba que aquella hazaña no la realizara un español: «Qué idea me formaría de mí mismo y de mis compatriotas si un día llegase a mis oídos la noticia de que unos alpinistas extranjeros habían tremolado, con sus personas, la bandera de su patria sobre la cumbre virgen del Naranjo de Bulnes, en España, en Asturias y en mi cazadero favorito de robezos?...» Para evitar esto, se preparó concienzudamente: compró en Londres la mejor cuerda que pudo encontrar, y de allí se fue a Chamonix para entrenarse, haciendo la ascensión de la Aguja de Dru, risco de 3.775 metros sobre el Mar de Hielo. En Naranjo, según Saint-Saud y Labrouche, que también veían las estrías anaranjadas de su roca caliza, le dan 2.515, pero sus dificultades no son menores que si midiera mil y pico metros más. Don Pedro, en su escalada, llevó como guía a Gregorio Pérez, el «Cainejo», un «hombre fornido, cazador eterno de robezos, que vive en la peña mientras las nieves no le arrojan al valle»: un típico «hombre gamuza», un auténtico natural de Caín, ese pueblo hundido en lo más profundo de la sima, en el que según don Alejandro Pidal, el padre de don Pedro, «no se puede entrar ni salir». Ambos iniciaron su excursión a comienzos de agosto de 1904, partiendo de Bulnes: «Bulnes –escribe don Pedro–, aldea de pastores y, cazadores de robezos, es el pueblecillo de Asturias que más se arrima al corazón de los Picos de Europa», y añade: «Está encajonado entre murallas de piedra, y sólo al Este se perciben las praderías que dan lugar a la [72] canal de Camburero. Entrad por esa canal endiablada, sin sendero alguno, y al cabo de un par de horas de marcha os encontraréis con una peña colosal, tallada a pico por sus cuatro costados. Esa peña, el más célebre pico de los Picos de Europa, es el Naranjo de Bulnes».
La noche del día 4 de agosto de 1904, don Pedro y el «Cainejo»durmieron, «al par de unas cabras», al final de la canal de Camburero. Al amanecer del día 5 salieron en dirección al pico y almorzaron junto a una fuente que nace en sus estribaciones. La ascensión fue accidentada, pero lograron coronar la cumbre. Desde ella, don Pedro, tan aficionado a la efusión lírica, contempló un paisaje sin igual: «El paisaje que divisábamos no era otro que el corazón de los Picos de Europa, visto en medio de ellos: glaciares, neveros, peñascales, torres, tiros, agujas, desfiladeros, vertientes, pedrizas, pozos, robezos empingorotados en alguna punta, o manadas de ellos paciendo a nuestros pies en el valle desierto, en la olla profunda, en el hoyo inmenso, tranquilo y solitario; algunos Picos perdiéndose en las nubes, rebasándolas otros, y en todas partes el abismo, el precipicio, encarcelándonos en aquella roca encantada que había sido virgen por los siglos... Allí nos quedamos absortos, contemplando un paisaje tan vasto, tan original y tan a lo Gustavo Doré, sin exageración alguna; y allí hubiéramos estado largo rato si el tiempo no nos apremiase para una bajada, como todas, harto más difícil que la subida, y para la construcción de torres o señales que dieran testimonio de haber estado allá arriba».
Según el Conde de Saint-Saud también dejaron en la cumbre otras huellas de su paso: dos botellas de vino, una de ellas vacía, y en su interior, la tarjeta de [73] don Pedro. El 18 de julio de 1907 se reunieron Aymar de Saint-Saud, don Pedro Pidal, y el doctor Gustav Schulze, el segundo en escalar el Naranjo y, el primero en hacerlo en solitario, en la Fonda de Velarde, en Bustio, en el límite entre Asturias y Santander, a la orilla del Cares-Deva. Y cuenta Saint-Saud en su libro «Por los Picos de Europa»: «Schulze nos contó cómo había subido al Picu. En la cima del Naranjo de Bulnes encontró dos botellas, una con una tarjeta de visita y otra con vino. En la tarjeta, que era del Marqués de Villaviciosa, se leía que el vino era para el primero que consiguiera una nueva escalada. El doctor bebió unos tragos y trasvasó el resto a su cantimplora. El Marqués confirmó que él mismo había subido una de las botellas, y Gregorio la segunda. Para celebrar su victoria, bebieron una y dejaron la otra para su sucesor. Schulze agradeció a don Pedro el vino y, sacando de su cartera la tarjeta de visita, se la devolvió a don Pedro, quien, sorprendido, apenas pudo contener su emoción».
Todavía don Pedro recuperaría otro objeto que había dejado en el monte: un trozo de la cuerda que había adquirido en Londres y que se había visto obligado a abandonar durante el descenso. Un joven pastor de Camarmeña, Víctor Martínez Mier, al culminar el Pico en solitario el 31 de agosto de 1916, recuperó el trozo de cuerda y fue a llevárselo a don Pedro Pidal, quien le recompensó espléndidamente. El hijo de este pastor, Alfonso Martínez, guía de los Picos de Europa, es el hombre que más veces ha escalado el Naranjo. A veces le pregunto por qué se han realizado tantas proezas, por qué se han sufrido tantos padecimientos para llegar a él, e imperturbable como el propio «Picu», me contesta:
—Porque é el más «guapu».
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